La Argentina gobernó de etiqueta el partido. Domesticó a un rival atormentado, al que sometió con la mágica elegancia de Lionel Messi. Encendido el capitán, la selección fue un equipo con apetito para insistir y colmillo para ejecutar. Con mecánica y algo de poesía. En los primeros diez segundos, Di María tuvo un mano a mano y a Banega el travesaño le devolvió un remate. Sí, en diez segundos. Preámbulo de un duelo sin ninguna equivalencia. Si era imprescindible desanudar el camino hacia el Mundial de Rusia 2018, los trucos del Houdini envasado en la 10 albiceleste se encargaron de liberar cualquier atadura. Y además, arrodillar a un estadio bajo su hipnosis.
El equipo de Martino monopolizó el juego. Por eso, con los once adversarios por detrás de la línea de la pelota, el desafío apuntó a abrir rutas por el macizo boliviano, donde anidaron todas los maratonistas que dispuso Baldivieso. La Argentina cuidó la posesión y no salteó estaciones. Jamás se frustró ni ahogó en la impotencia. Y cuando se estancó en algunos movimientos previsibles, apareció Messi. El capitán dispone de un sentido del juego superior al resto, tiene la sabiduría para templar o acelerar según demande la maniobra. Con él al mando, la selección es más filarmónica. Messi habilitó a Higuaín para una definición por arriba del arquero que llegaron a barrerle en la línea, pero la pelota quedó suelta para que el centroatacante asistiera a la goleadora versión de Mercado. Para encaminar el encuentro hacia una victoria, y luego encauzar el juego hacia un trámite.
Un penal sobre Banega que sólo advirtió el árbitro le permitió a Messi llegar a su simbólico festejo N°50 con la selección. El ingreso de Ángel Correa, con delicioso punto de descaro, por el lesionado Di María, ya le ofrecía al equipo albiceleste más verticalidad y explosión. Pudo ampliar el inquieto Higuaín después de otro fascinante slalom de Messi.
En el segundo tiempo, la selección creció aun más su rendimiento. Y Messi también. Se atropellaron las oportunidades de gol. El equipo jugó con pasión, siempre al ataque, con un vértigo controlado y la obsesiva necesidad de disponer de la pelota. La propuesta sumó dinámica y rebeldía, como si los futbolistas entendieran que había mucho más que tres puntos en juego en el Kempes. Sin perder de vista la vulnerabilidad de Bolivia -sólo pateó una vez al arco de Romero-, la Argentina por pasajes reunió método e inspiración.
Naturalmente, la victoria entregó efectos benefactores. La Argentina se reencontró con una línea, más allá de que no consiguió atrapar más goles. Así, terminó de corregir el peligroso comienzo en la ruta a Rusia 2018, cuando de las seis primeras unidades apenas había rescatado una y sin perforar nunca el arco rival. En las cuatro fechas siguientes la selección embolsó 10 puntos. Los dividendos quedan a la vista: por primera vez en las eliminatorias el equipo de Martino descansa en la zona de clasificación directa a la Copa del Mundo. Bolivia intentó evitó la vergüenza con descaro, hasta incrustar a los 11 jugadores como ardid defensivo. A un rival que la Argentina le convirtió 14 tantos en los últimos 10 meses, anoche el arquero Lampe lo salvó de otra paliza en el marcador.
El ciclo de Martino descomprimió tensiones: todavía no había sellado una doble fecha con la cosecha ideal de puntos, como ahora, después de las escalas en Santiago y Córdoba. Remendó la credibilidad sin destratar esa idea fundacional que últimamente había caído en el abandono. Claro que contó con la cómplice colaboración de Bolivia, un actor arrumbado que depositó el fixture con un oportunismo reparador. Rescatar síntomas del estilo era una obligación impostergable. Mientras la Argentina persigue el bordado soñado, Messi corrige todo con puntadas de su talento. El encendió el relanzamiento de la selección. Cuando Messi transmite una sensación de plenitud, al rival sólo le queda rendirse. Y admirarlo con disimulo.