Héroes, varios: Maradona, Messi, Vilas, Del Potro, Fangio, Monzón, De Vicenzo… Y entre ellos, Manu.
El tema es apasionante, siempre a flor de piel para todos los que aman el deporte y cobra relevancia con la noticia del retiro de Manu Ginóbili. Y mucho más entre nosotros, donde tantos héroes de canchas, pistas y circuitos nos vienen acompañando desde sus gestas internacionales. Difícil para un futbolero de ley quitarle a Diego Maradona del recuerdo de sus momentos de máxima felicidad personal (Mundial 86) o, entre los más jóvenes, todo lo que significa Lionel Messi en el día a día. Y difícil quitar el recuerdo de lo que significó Guillermo Vilas como una revolución en el tenis mundial –la irrupción del superprofesionalismo- a mediados de los 70 junto a sus archirrivales de entonces como Borg o Connors.
Pero –esto es tan solo una (simple) opinión personal- el deportista argentino más grande de la historia se llama Emanuel Ginóbili.
Es complicado comparar entre actividades puramente «humanas» y mecánicas, entre deportes colectivos e individuales. Pero lo intentaremos. Y un primer corte lo marca la «universalidad» del propio deporte. En ese sentido, el fútbol y el básquet tienen una exigencia superior: sus competiciones abarcan a todos los países, sin distinción de poderío económico y social. Y en el caso del fútbol, es el más popular en difusión, el más practicado. La Argentina no sólo tiene historia, leyendas y pergaminos en el fútbol sino que tres de sus jugadores -Di Stéfano en los 50, Maradona en los 80/90 y Messi en la última década- fueron considerados «los auténticos número 1» mundiales, sin discusión. Un mérito inmenso, equivalente al placer que ofrecieron a las multitudes. Y que no se mide en estadísticas, sino en emociones.
Pero el básquet también tiene una dimensión universal (el tenis la alcanzó en las últimas décadas) y, en este caso, con dificultades extras. Se trata de un deporte en el que la liga profesional de Estados Unidos -la NBA- se instaló en otra galaxia. Por largo tiempo, inaccesible para las estrellas del resto de los países. Es suficiente recordar como los grandes basquetbolistas de los 70 y 80, procedentes de potencias como la ex Unión Soviética y la ex Yugoslavia, tenían sus dificultades para adaptarse o conseguir una plaza de titular en cualquier equipo, mayor o menor, de la NBA.
Manu Ginóbili, oriundo de la «capital» del básquet argentina como es Bahía Blanca, no fue un prodigio juvenil, ni siquiera asomaba como el más promisorio de los basquetbolistas de su generación, según nos cuentan los especialistas. Sin embargo, cumplió un paso triunfal por las ligas europeas. Y luego lo reclutó uno de los más consistentes equipos de la NBA, San Antonio Spurs, donde hizo historia con títulos, récords y las estadísticas con las que nos abruman día a día y que él se encargo de engordar aún con 40 años encima en la que fue su última temporada.
Vamos a sintetizarlo allí: en una competición donde se compite día a día y donde los reyes se llamaban Michael Jordan o Magic Johnson para los memoriosos, LeBron James o Kobe Bryant para los más cercanos, Manu Ginóbili es un argentino, un «extranjero» en esos gigantes, que se insertó de igual a igual.
Ese grado de dificultad -el competir ante los mejores de la mejor Liga jamás conocida (por poderío físico, deportivo y estructura organizativa), supone la escalada del Everest para un simple mortal. Ginóbili la hizo e -increíblemente- todavía se mantiene.
Sin embargo, ese es sólo un aspecto. El otro, es que Ginóbili simboliza a la Generación Dorada, probablemente la mayor expresión colectiva en la historia del deporte argentino, (junto los seleccionados campeones de fútbol) y que fue capaz de tumbar en dos oportunidades (una de ellas en su propia casa) a los seleccionados de la NBA. Y la que le dio a la Argentina una de sus más celebradas medallas de oro en la historia del olimpismo, en los Juegos de Atenas.
La admiración por Ginóbili no disminuye una centésima la que podemos sentir por el resto de nuestros grandes. La entrega heroica de los más recientes como Lange, Pareto, el hóckey o Del Potro en Rio, por ejemplo. Pero, puestos ante el desafío de la elección «cruel» y ante la fría sentencia de los números, no queda otra: Ginóbili fue el más grande en los máximos desafíos de un deporte tan duro, la NBA y los Juegos Olímpicos. Y, entre sus contemporáneos, por esa misma universalidad, por el grado de dificultad y por su vigencia, un Messi todavía tiene mucho para asombrarnos y «pelear» ese lugar, el de una elección tan arbitraria.
Fuente: Clarín
