Lo que convierte esta carrera en un auténtico desafío es el entorno en el que corren los atletas: temperaturas de hasta 40ºC con un 99% de humedad, vegetación frondosa que no deja pasar la luz del sol y ríos en los que habitan caimanes, pirañas y serpientes.
«Un desafío emocionante, que ofrece la oportunidad de combinar habilidad, deporte y turismo ecológico en una carrera de supervivencia». La frase de presentación de los organizadores resume los atractivos de una propuesta sin equivalentes a escala mundial. Una invitación que engloba parte importante de las características de la Jungle Marathon, pero que poco especifica acerca del grado de dificultad que impone.
Si bien tuvo su origen en Inglaterra, esta peculiar competencia cuenta actualmente con dos sedes: la más emblemática en la Amazonía de Brasil (en el área preservada de Tapajos) que se realiza en cada mes de octubre, y otra en la selva de Vietnam. Además, para el próximo año, se desarrollará también en Belice.
Se trata de una aventura para disfrutar de la naturaleza en su esplendor, moviéndose dentro de un ecosistema sin comparaciones. Pero que a la vez también es una prueba extrema que expone al atleta a duras condiciones, por las que muchos la consideran la carrera más peligrosa que existe.
En concreto, consiste en una dura batalla contra 254 kilómetros de selva que los participantes deben recorrer, divididos en seis etapas. Aunque al margen hay otras dos modalidades menores: una estándar de 42k y una carrera de cuatro etapas de 127k. Pese a la considerable extensión, no es exclusiva para profesionales; puede inscribirse cualquier mayor de 18 años.
El reto llama a explorar otras habilidades además de la capacidad física para completar todo el largo del tramo. La cita propone encontrar la comida, procurar el agua (solo se entrega un suministro mínimo para comenzar), construir un refugio, navegar y correr en medio de la densa jungla, a través de ríos, de cuevas, de pantanos, de aldeas, enfrentando todos los obstáculos que la naturaleza puede depararle en el camino.
Es por ello que previo al inicio, cada competidor recibe un entrenamiento intensivo de supervivencia a cargo de instructores especializados durante seis días. Luego, ya inmersos en la profunda oscuridad, con un mapa, una brújula (no hay un curso definido, cada uno marco su rumbo) más el equipo obligatorio a cuestas (incluida una hamaca para descansar), tienen el mismo período (seis días) para llegar al final acudiendo a las propias destrezas para desenvolverse.
En el trayecto -cuentan quienes concurrieron- se escucha y presencia la vida salvaje de noche. Desde aves, mariposas, hormigas, mosquitos y garrapatas hasta monos entre los árboles, caimanes y pirañas en los cauces de agua y anacondas en los pantanos. Y en la región también habitan jaguares y panteras. Entre los habituales interrogantes de los corredores antes de comenzar son las serpientes, que aseguran se pueden cruzar ocasionalmente en el trayecto, especialmente después de las lluvias. Hay una regla primordial: aquel que provoque un daño al medioambiente será descalificado.
«La aptitud física es un requisito. Pero si no tienes una gran tenacidad mental para combinar con ella, tendrás dificultades para llegar a la meta», subrayan desde la organización, ya que durante la mayor parte del tiempo cada sujeto afrontará momentos de soledad. Y otro rival es el clima tropical: las temperaturas que pueden ser de hasta 40 grados con un 99 por ciento de humedad, haciendo el cuerpo mucho más pesado en su andar.
El cupo está limitado a 75 participantes, aunque en cada edición finalizan en promedio unos 30 corredores, siempre refiriendo a la modalidad más extensa. Es lógico, ya que la Jungle Marathon fue creada en respuesta al creciente deseo de nuevas vivencias para los expertos de ultra maratón. Pero los condimentos únicos que la caracterizan la llevaron a ganar reputación internacional como la más compleja de superar desde su nacimiento en 2003.